martes, 21 de octubre de 2008

La Responsabilidad Social Corporativa: de la ética a la rentabilidad

Juan Hernández Zubizarreta y Pedro Ramiro*

Viernes 17 de octubre de 2008, por Revista Pueblos
Las empresas transnacionales afirman que todo su comportamiento se ha de basar en un nuevo paradigma: la Responsabilidad Social Corporativa (RSC). Pero, a pesar de que en los últimos años la RSC ha servido para generar una extensa bibliografía, en torno a este término sigue habiendo un desorden conceptual y terminológico que resulta preocupante. Y es que la RSC se ha convertido, de hecho, en una especie de cajón de sastre en el que tienen cabida desde el marketing solidario hasta las adscripciones a acuerdos internacionales, pasando por los códigos de conducta y los informes de sostenibilidad, las campañas publicitarias, los fondos de inversiones éticas, las actividades sociales y culturales, la puesta en marcha de proyectos educativos y de cooperación al desarrollo en países empobrecidos...


La Responsabilidad Social Corporativa se define desde ópticas muy diferentes según se encarguen de hacerlo las empresas multinacionales, las escuelas de negocios, las instituciones, los sindicatos, las ONG o los colectivos sociales. Por empezar por algún lado, tomemos el Libro Verde de la Comisión Europea, según el cual la RSC es "la integración voluntaria, por parte de las empresas, de las preocupaciones sociales y medioambientales en sus operaciones comerciales y sus relaciones con sus interlocutores. Ser socialmente responsable no significa solamente cumplir plenamente las obligaciones jurídicas, sino también ir más allá de su cumplimiento". Y sirva esta definición, pues, para poner sobre la mesa dos características fundamentales de los principios en los que se basa la Responsabilidad Social Corporativa: la idea de ser un plus normativo y la lógica de la voluntariedad.
Cuando se asume que la RSC es un plus normativo respecto a las obligaciones legales, es porque se afirma estar cumpliendo escrupulosamente la legalidad nacional e internacional, con lo que la RSC supone la firma de unos acuerdos voluntarios que la empresa se compromete a cumplir y que generan un valor añadido para ésta. Sin embargo, esa idea de "sobrecumplimiento" que acompaña a la RSC no encuentra reflejo en la legislación societaria, donde debería indicarse la negativa a participar y financiar proyectos con impactos medioambientales o sobre los Derechos Humanos, por ejemplo. Y hasta la fecha no existe ninguna empresa transnacional que lo haya incorporado en sus estatutos: atentaría contra el principio capitalista de la acumulación ilimitada de ganancias. Más bien, lo que en realidad deberían hacer las compañías multinacionales es respetar las legislaciones nacionales de los países receptores y las normas internacionales que les afectan directamente y que los Estados, en muchas ocasiones, no les obligan a cumplir.
La segunda cuestión central en relación a la Responsabilidad Social Corporativa es que se articula bajo la lógica de la unilateralidad y la voluntariedad. Así, se defiende la ausencia total de controles sobre el contenido, los mecanismos y los procedimientos para la evaluación de las políticas de RSC. Y, mientras la arquitectura de este paradigma se construye sobre el principio de la autorregulación, el Derecho Internacional de los Derechos Humanos no tiene articulados sistemas jurídicos capaces de someter a las multinacionales a control: tanto los sistemas universales de protección de los Derechos Humanos y laborales fundamentales como los códigos externos no pueden neutralizar la fortaleza del Derecho Comercial Global [1]. Es imposible contrarrestar la fuerza de esta lex mercatoria con los sistemas privados de regulación expresados a través de la RSC y los códigos de conducta internos: el marco jurídico, político y económico en el que se construye la lógica voluntaria del cumplimiento de las obligaciones de las empresas transnacionales se contrapone con la lógica normativa, imperativa, coercitiva y con efectos vinculantes de los derechos que poseen las multinacionales. Pero no resulta justo que los derechos de las mayorías sociales queden en manos de la conciencia empresarial mientras que los derechos de las transnacionales se protegen en los tribunales internacionales de arbitraje.
Entre la voluntariedad y el valor de marca
En la década de los setenta, ya se intentó aprobar en el seno de las Naciones Unidas un código externo vinculante para las empresas transnacionales. Sin embargo, en EE UU se aprobaron entonces más de 300 códigos empresariales con el objetivo de neutralizar la posibilidad de que estas normas salieran adelante, así como de desplazar el debate de la voluntariedad de la Asamblea de la ONU a la OCDE y la OIT. Poco a poco, en los años ochenta y, sobre todo, en los noventa, el discurso de la responsabilidad social fue siendo adoptado por las grandes escuelas de comercio y las compañías multinacionales para, entre otras razones, poder superar definitivamente el debate sobre la firma de unas normas internacionales que pusieran coto a las empresas transnacionales [2]. La evolución hacia la lógica de la voluntariedad y la unilateralidad quedó demostrada con la creación del Global Compact –una iniciativa internacional puesta en marcha por Kofi Annan en el Foro Económico Mundial de Davos en 1999, compuesta por diez principios que han de asumir las empresas en su relación con la sociedad para, en palabras del ex presidente de Naciones Unidas, "dar una cara humana al mercado global"–, que es la culminación en el interior de una organización internacional como la ONU de la dinámica del soft law [3].
Y la RSC no es sólo una forma de desactivar la exigencia de normas vinculantes que protejan los derechos de los pueblos frente a las compañías multinacionales: es también el resultado de que las grandes corporaciones hayan aprendido cómo deben afrontar las críticas que se les hacen desde la sociedad civil por los efectos de sus actividades. Por eso, cuando las organizaciones y movimientos sociales de todo el planeta comenzaron a desarrollar estrategias y nuevas formas de acción colectiva frente al poder corporativo, que se fueron plasmando en la realización de campañas para cuestionar a las grandes compañías [4] y pusieron de manifiesto las consecuencias sociales, económicas y ambientales del modelo neoliberal, las multinacionales apostaron por cambiar de estrategia y contribuyeron a la generalización del debate sobre la RSC.
Las grandes corporaciones han visto que no les conviene desarrollar una estrategia de confrontación y que, por el contrario, resulta mucho más eficaz forjar una imagen corporativa que trascienda el propio objeto de consumo. En este sentido, el paradigma de la Responsabilidad Social Corporativa se puso mucho más de moda cuando se dieron cuenta de que se trataba de una forma de crear valor para la compañía, pues sirve para proyectar una imagen positiva ante los consumidores de sus productos y servicios. Y es que tantos años de denuncias sobre la explotación laboral y ambiental de estas corporaciones les han obligado a diseñar un nuevo modelo empresarial que transmita los valores, imágenes y símbolos que gozan de prestigio social en la actualidad. Así, se han apuntado a la tendencia de vender valores y no productos, tan exitosamente desarrollada por las grandes empresas a nivel mundial, y, si hiciéramos caso a sus anuncios publicitarios, parecería que son organizaciones ecologistas o defensoras de los Derechos Humanos en lugar de tratarse de las compañías responsables de la actual crisis ambiental y social. Con todo ello, no es de extrañar que en muchas multinacionales el departamento de RSC sea el mismo que el de comunicación y marketing.
De las buenas prácticas a la rentabilidad
Ya lo dice Francisco González, presidente del BBVA: "Creo muchísimo en la Responsabilidad Corporativa, porque es justa y rentable" [5]. Y es que la apuesta por incluir plenamente la vieja idea de filantropía en la gestión empresarial sirve para lograr el objetivo de apuntalar la rentabilidad económica de las corporaciones transnacionales. Atrás queda aquello que dijo Milton Friedman en 1970: "la única responsabilidad social de la empresa es incrementar sus beneficios", ya que, con el paso de los años, las multinacionales han descubierto que la RSC no está reñida con la obtención de mayores ingresos. De hecho, las transnacionales han abrazado definitivamente la Responsabilidad Social Corporativa porque es muy útil para potenciar, al mismo tiempo, el valor de la marca, la fidelización de los clientes y, por lo tanto, los beneficios de la empresa. Como prueba de ello, en el Estado español ya se ha puesto en marcha un índice bursátil de sostenibilidad (el FTSE4Good-Ibex), que, como señala la directora de FTSE para Europa, no "se trata de un ejercicio de caridad, sino de proveer al mercado de vehículos para invertir" [6].
La "ética de los negocios" se convierte así en una coartada para reinterpretar los valores y principios morales y para articular los mecanismos que apuntalen el poder de las clases dominantes y las empresas transnacionales, siempre sin introducir modificaciones en el modelo político-económico. En este sentido, esa ética de la empresa se concreta en instrumentos como los códigos de conducta, que pretenden –desde la convicción y no desde el Derecho– establecer nuevos equilibrios entre mercado y democracia. [7] Eso sí, los códigos de conducta de las multinacionales se centran en aquellos sectores en los cuales el prestigio de la marca y la dimensión exportadora son significativos: los que tratan aspectos laborales se concentran en el ámbito de la confección, el calzado, los artículos deportivos, los juguetes y las ventas al detalle; los que abordan cuestiones medioambientales prevalecen en sectores como el petróleo, la minería y la industria química.
Las buenas prácticas corporativas se desarrollan siempre y cuando las tasas de ganancia no se cuestionen en lo más mínimo. Pero no es suficiente con desarrollar buenas prácticas empresariales si el modelo socioeconómico sobre el que actúan es opuesto al interés general. Es más, la extensión de la RSC y de los códigos de conducta impide, de facto, la evolución de los sistemas de controles normativos capaces de neutralizar el Derecho Comercial Global.
Un paradigma funcional a las corporaciones
Es muy probable que no estemos ante la estrategia definitiva ni ésta sea la más perfeccionada. Pero lo que sí parece evidente es que el paradigma de la Responsabilidad Social Corporativa sirve para apuntalar la expansión de las corporaciones transnacionales en el momento actual del capitalismo global. Sólo dentro de ese marco cobra sentido la transformación que las grandes empresas han llevado a cabo en sus formas de comunicarse con las sociedades en las que operan. Por eso, han pasado de emplear estrategias agresivas a desarrollar políticas de RSC, de la imposición al diálogo, de la corrupción a la transparencia, de la negociación colectiva a los códigos de conducta, de la desregulación a la autorregulación.
En definitiva, y yendo más allá de la cuestión terminológica, resulta imprescindible concretar lo que representa la RSC para las multinacionales: se trata de una herramienta que, además de evitar la erosión de su imagen corporativa y funcionar como un buen mecanismo para el lavado de cara empresarial, es muy rentable económica y socialmente y, gracias a la asunción de los principios de unilateralidad y voluntariedad, no es sino un freno para la exigencia de códigos vinculantes y obligatorios que delimiten las responsabilidades de las empresas transnacionales por los efectos de sus operaciones.



*Juan Hernández Zubizarreta es miembro de Hegoa, Instituto de Estudios sobre Desarrollo y Cooperación Internacional, Universidad del País Vasco (UPV/EHU); y Pedro Ramiro es miembro del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) – Paz con Dignidad. Este artículo ha sido publicado originalmente en la versión impresa de la Revista Pueblos número 34, Septiembre de 2008.

Notas

[1] Hernández Zubizarreta, Juan (2008): "El Derecho Comercial Global frente al Derecho Internacional de los Derechos Humanos", Enlazando Alternativas.
[2] Teitelbaum, Alejandro (2007): Al margen de la ley. Sociedades transnacionales y derechos humanos, Bogotá, ILSA.
[3] Derecho blando, en contraposición a lo que sería el Derecho duro (vinculante, coercitivo e imperativo).
[4] Ramiro, Pedro y González, Erika (2008): "Las iniciativas de resistencia frente a las empresas multinacionales", Viento Sur, nº 95, enero.
[5] Entrevista a Francisco González en la revista Corresponsables, nº 9, abril de 2008.
[6] "Lanzan el primer índice español de responsabilidad social en Bolsa", Cinco Días, 10 de abril de 2008.
[7] Merino Segovia, Amparo (2006): "Responsabilidad Social Corporativa: su dimensión labboral", UCLM.
http://www.revistapueblos.org/spip.php

jueves, 16 de octubre de 2008

MANIFIESTO POR LA SUPERVIVENCIA



Texto sobre el cambio climático por estudiantes de biología de la Universidad Autónoma de Madrid

Grupo de estudiantes de Ecología Humana de la Universidad Autónoma de Madrid

Este texto ha sido el resultado de un intenso trabajo de recopilación de datos, de un debate de ideas y de un amplio consenso logrado entre alumnos de quinto curso de la Licenciatura en Biología que se imparte en la Universidad Autónoma de Madrid.

Como se puede suponer, la intención de este manifiesto no tiene ninguna causa interesada ni un ánimo de sembrar la inquietud. Ninguno de nosotros tenemos relación alguna con ningún grupo mediático, político o económico ni limitaciones impuestas por ninguna jerarquía académica, por lo que cuanto escribimos proviene tan sólo de nuestra vocación por difundir una información que entendemos necesaria sobre un gravísimo problema, que nos atañe muy de cerca, desde un punto de vista basado en datos científicos.


El cambio climático es ya más un hecho constatado que una teoría. Este fenómeno ha alcanzado gran resonancia en los medios de comunicación en los últimos años, sin embargo, la fragmentación de la información, el escepticismo y la creación de intereses cruzados han creado un clima de confusión general que afecta a la percepción de la gravedad de esta crisis inminente.

Los medios de comunicación ofrecen a diario noticias sobre el cambio climático, si bien éstas presentan, muchas veces, una información puntual, a veces contradictoria, vagamente desarrollada y ampliamente desligada. Por otra parte, la difusión general y no especializada sobre el tema parece permitir que cualquier persona, sin importar su formación o sus conocimientos reales sobre este fenómeno, pueda pronunciarse de forma aparentemente consistente y válida. Así pues, es extremadamente frecuente oír tesis infundadas a personajes públicos sin ningún tipo de formación científica, provenientes del mundo de la política, la economía, el periodismo o la televisión, relegando los datos y estudios científicos al mismo nivel que estas opiniones subjetivas. Como consecuencia, la percepción del verdadero problema queda minimizada para muchas personas que no observan en los pequeños cambios producidos en su entorno inmediato ningún síntoma preocupante.

En el ámbito de la difusión de los datos sobre este problema hay también factores que favorecen la inconsistencia de la información acerca del cambio climático y sus consecuencias. En primer lugar, parece existir una confusión generalizada entre los ecólogos (científicos que se dedican al estudio empírico de la dinámica global y local de los ecosistemas) y los ecologistas (activistas, con o sin formación, que defienden el cuidado de la naturaleza incondicionalmente) dando a su vez el mismo valor a los actos y tesis de ambos, reduciendo al nivel de activismo exaltado y desmereciendo la credibilidad de los datos y conclusiones puramente científicas y demostrables de los ecólogos. Por otra parte, algunos científicos corruptos, cuyos nombres han sido recientemente revelados por la Academia de Ciencias Británica, han sido sobornados por las grandes empresas petroleras y de otros sectores, para tergiversar u ocultar datos, así como emitir tesis en contra del calentamiento global con el fin de mantener su producción y sus beneficios aún a costa de seguir promocionando esta catástrofe. El cambio climático, lejos de ser considerado con la seriedad que se merece, se ha convertido en una carta más a jugar en la economía mundial. Ignorado o subvalorado por unos y visto como un negocio a explotar por otros, el cambio climático es contemplado bajo un peligroso prisma empresarial.

Este tratamiento de la información da lugar a una confusión general que es acentuada por el estudio discreto de los efectos que produce y producirá el cambio climático, en vez de un análisis global y generalizado, y que no permite una concienciación seria y realista del fenómeno que nos acontece. La Tierra es un sistema extremadamente complejo en el que se dan simultáneamente una enorme cantidad de procesos altamente interrelacionados y la variación drástica de la dinámica de uno o varios de estos factores puede repercutir, como de hecho ya está ocurriendo, en el funcionamiento general del ecosistema global, con catastróficas consecuencias para los seres humanos.

El calentamiento global es consecuencia de un aumento considerable en el nivel de CO2 y otros gases producidos, fundamentalmente, aunque no únicamente, durante la quema de combustibles fósiles en la atmósfera terrestre. Como ya está suficientemente comprobado, este incremento de concentración ha producido un aumento en el efecto invernadero de nuestro planeta y la consecuente subida de las temperaturas medias anuales en todo el globo y acidificando las aguas oceánicas al difundirse el CO2 como ácido carbónico. Este cambio en la temperatura está ligado a la aparición de otros fenómenos subyacentes que se retroalimentan provocando una desestructuración general de la dinámica ecológica de nuestro planeta y los seres vivos que lo habitamos.

Así pues, el aumento de las temperaturas tiene consecuencias visibles directas sobre el derretimiento anormal y acelerado de los casquetes polares y otras masas heladas, si bien en pocas ocasiones se plantean los graves problemas que a su vez conlleva éste hecho. Al derretirse estas enormes masas de hielo se liberan al mar millones de litros de agua dulce y de muy baja temperatura, provocando un aumento inmediato del nivel del mar, lo que inundará zonas costeras y tierras por debajo su nivel actual (como los Países Bajos, por ejemplo), pero también modificando las corrientes oceánicas actuales afectando seriamente a los ecosistemas marinos de los que depende la pesca mundial y modificando los patrones climáticos dependientes de los casquetes polares, resecando el aire y desertizando amplios territorios.

Pero no todo el hielo está en los casquetes polares, según publicó recientemente Gabrielle Walker en la prestigiosa revista Nature, el permafrost del ártico, extensa capa de tierra permanentemente helada y extremadamente rica en materia orgánica, está derritiéndose de forma acelerada, lo que puede dar lugar al liberación masiva de una cantidad de metano comparable a la ya presente en la atmósfera. Este aumento desmesurado en la concentración de gas invernadero retroalimentará los efectos del calentamiento global acelerando su ritmo y extremando sus consecuencias.

Por otro lado, se ha estimado que el aumento de tan sólo dos grados en la temperatura media global será suficiente para reducir en un 60% la producción mundial de cereales y así como más gravemente la de otras plantas cultivables. Los cereales son la base de la alimentación humana y del ganado que producimos, lo que irremediablemente desembocará en una crisis alimentaria a escala mundial. Este deterioro en la capacidad de producción, así como la reducción de las tierras habitables por la trasgresión marina y la desertización, y la acentuación de las desigualdades económicas y sociales aumentarán de forma desorbitada las migraciones humanas en situaciones desesperadas (y no sólo en los países pobres), fomentando un clima de conflicto inminente.

La destrucción generalizada de los hábitats naturales promueve además la extinción masiva y abrupta de gran cantidad de especies, desestabilizando la gran complejidad biológica de los ecosistemas. Este hecho, tenido generalmente en baja consideración, es de una gran importancia, pues los recientes estudios sobre la integridad ecológica revelan que estos sistemas son extremadamente complejos y regidos por las interacciones estabilizantes de todos sus componentes, y muy especialmente de una inabarcable cantidad y variedad de virus y bacterias. Estos microorganismos son los más abundantes de todos los seres existentes en la Naturaleza y están presentes en todos los sistemas biológicos y ecológicos. Según estudios publicados en Nature, por cada litro de agua marina hay cerca de 1010 virus y 109 bacterias que regulan la base nutricional de la que dependen todos los organismos acuáticos (incluidas las especies de pesca habitual) e incluso influyen en los ciclos geoquímicos como la descomposición orgánica, la asimilación del nitrógeno y el azufre en los vegetales o la formación de las nubes. Los estudios en otros ambientes, como el suelo o el hielo ártico, revelan resultados similares en cuanto a variabilidad, importancia y abundancia. Pero estos microorganismos, pese a desempeñar un papel imprescindible en los sistemas equilibrados, son susceptibles a los cambios en la dinámica del planeta, y una variación en la capacidad infectiva o en la dinámica normal de los mismos puede tener consecuencias catastróficas en el desequilibrio de los ecosistemas y la malignización de estos microbios. Existen estudios, constatados y publicados en revistas especializadas, que prueban que los cambios en la temperatura global afectan a estos y otros microorganismos potenciando la aparición y el efecto de enfermedades que están llevando a la extinción de especies por medio de epidemias impulsadas por el cambio climático. Los seres humanos, como seres vivos que somos, ya estamos potencialmente expuestos a las enfermedades emergentes y a los cambios en la distribución de aquellas infecciones que actualmente se restringen a regiones específicas, pero este fenómeno puede conducir, además, a la aparición de nuevas plagas.

Además, la desaparición de especies desorganiza las complejas redes de nutrición de los ecosistemas equilibrados, permitiendo el desarrollo desmesurado de especies de invertebrados y microorganismos susceptibles a convertirse en plagas para los seres humanos y para los cultivos, acentuando la previsible grave situación de los mismos. De forma análoga, los arrecifes de coral, en los que se condensa gran parte de la biodiversidad marina, están sufriendo severamente los aumentos en la temperatura y acidez del océano, desapareciendo de forma drástica la base de estos ecosistemas esenciales para la integridad de los océanos, pero también para la alimentación y la vida humana. Según expuso Camilo Mora, de la Dalhousie University en Canadá, a la revista Science: "los arrecifes generan cerca de 30.000 millones de dólares al año en pesca, turismo y protección de las costas ante las tormentas marinas" y "albergan a 9 millones de especies – un tercio de todas las formas de vida conocidas".

Pero el problema es aún más complejo. El nivel de CO2 en la atmósfera es regulado de forma natural por los procesos fotosintéticos de los vegetales, muy especialmente en la extensa selva amazónica. Sin embargo, la exhaustiva actividad de deforestación que se está llevando a cabo en la Amazonía y otras selvas con fines únicamente comerciales está disminuyendo de forma radical la extensión de este ecosistema que alberga a la mayor parte de la biodiversidad terrestre, ejerce un efecto de filtro sobre el gas invernadero y es un generador mundial del oxígeno que respiramos. La destrucción de la selva conlleva grandes repercusiones sobre la vida en la Tierra y el interés por su conservación no tiene nada que ver con salvaguardar la existencia de especies exóticas por fines morales o humanistas, sino que su erradicación compromete seriamente la calidad de vida e incluso la supervivencia de la misma, destruyendo la mayor fuente de oxígeno del planeta, favoreciendo la acentuación de la oscilación de las temperaturas, modificando la dinámica hídrica de todo el globo y desestabilizando un complejo ecosistema del que pueden emerger diversas enfermedades y plagas.

Muchos de los problemas que hemos mencionado, y algunos más, son conocidos y difundidos constantemente, pero hay dos conceptos sobre los cuales no se habla suficientemente: El primero es el de "retroalimentación". Entre todos los fenómenos naturales mencionados existe una compleja red de interacciones sujetas a procesos de retroalimentación positiva (efectos derivados de un fenómeno que, a su vez, lo aceleran) y negativa (que lo mitigan), pero el desequilibrio creado por las actividades humanas ha potenciado los procesos de retroalimentación positiva. Algunos son muy evidentes, como el hecho de que la disminución de la superficie helada reduce la capacidad de reflejar el calor del sol, con lo que se acelera el calentamiento que, a su vez, acelera el proceso, pero hay muchos otros, menos intuitivos, pero de una importancia semejante, como la saturación de las aguas marinas en su capacidad de absorber CO2, el hecho de que el agua menos salinizada se calienta y evapora más rápidamente produciendo vapor de agua, también con efecto invernadero, y unos cuantos más, también de origen antrópico, cuyas consecuencias son una aceleración progresiva del calentamiento global. Y el proceso ya está desencadenado.

El segundo, es que los fenómenos ecológicos siguen la dinámica de los "sistemas complejos", en la que todos sus componentes están íntimamente interrelacionados y en los que una alteración del equilibrio tiene consecuencias en todo el sistema que no son proporcionales a dicha alteración. Es lo que se conoce como "relaciones no lineales". Los sistemas complejos se caracterizan por una gran capacidad de ajuste a las alteraciones, pero llegados a un punto de desequilibrio extremo, la consecuencia es un colapso catastrófico.

Ante este desesperante panorama, probablemente más cercano de lo que comúnmente se cree, es necesario buscar soluciones inmediatas y efectivas. Es más, todos los esfuerzos de la Humanidad deberían estar encaminados en esta tarea. Sin embargo, en lo que parece un intento por conservar la forma de vida actual de los países ricos y el sistema socioeconómico imperante, lo que, a modo de anestesia mental, llega a la población, son las ideas de determinados científicos (o científicos de determinados países) que tratan de teorizar soluciones tecnológicas basadas en un remarcable e inadmisible reduccionismo científico y en la completa incomprensión del ecosistema terrestre y del cambio climático como fenómenos de alta complejidad de interacción. Entre estas soluciones encontramos ideas tecnológicas que, si bien seducen al público general con su aspecto sacado de las novelas de ciencia ficción, se basan en una visión mecanicista de la vida en la que los factores se pueden modificar individualmente y no se retroalimentan (lo cual es claramente erróneo) y son absolutamente dominables y comprensibles para el hombre (lo que también es falso y necio): bombardeo de la atmósfera con gases de azufre, puesta en órbita de filtros y espejos solares, creación de "árboles" artificiales, desarrollo de productos transgénicos... Todas estas "soluciones" son claramente ilusorias respecto a su viabilidad y sólo provocarían aún más efectos nocivos como la intoxicación de la atmósfera, cambios en la dinámica climática, descenso de la capacidad fotosintética de los vegetales, contaminación biológica... Sin embargo, parece que la solución tecnológica más tenida en consideración es la vuelta a la energía nuclear como fuente energética no productora de gases invernadero. Como es ampliamente conocido, la energía nuclear genera residuos radiactivos altamente nocivos para la vida, que no se pueden reciclar ni eliminar de ninguna forma conocida. Los residuos nucleares son almacenados en barriles y enterrados en estructuras subterráneas o submarinas, con la vaga esperanza de que cuando salgan al exterior haya transcurrido suficiente tiempo para no tener que buscar culpables. Estos residuos se almacenan en países del tercer mundo bajo la falsa excusa de que no provocarán ningún daño a la población, pero lo cierto es que si la seguridad fuese absoluta nadie se molestaría en exportar estos productos tóxicos a países subdesarrollados. Las fugas radiactivas ya ocurrieron en el pasado con el auge de esta tecnología y sus efectos fueros catastróficos, prolongándose durante generaciones. Y todo esto, sin contar con la posibilidad de accidentes o ataques premeditados.

Por otro lado están las llamadas energías renovables o ecológicas. Estas fuentes de energía (solar, eólica, hidráulica, biocombustibles, etc.) presentan ciertos problemas con respecto a su instalación e impacto sobre el medio, pero su mayor limitación es que no son capaces de generar tanta energía como los combustibles fósiles, por lo que su utilización aislada no permitiría el mantenimiento del consumo energético actual ni del mercado vinculado a éste.

Los más prestigiosos (y galardonados) "profetas del cambio climático" culpan de esta situación "al ser humano" en abstracto, y promueven soluciones basadas en la actitud individual ("Qué debo hacer para luchar contra el cambio climático") y soluciones tecnológicas en las que muchas empresas "pioneras" ven una nueva y enorme fuente de ingresos. Pero si algo está claro es que la única solución para hacer frente a la tremenda crisis que se avecina no pasa por reforzar la tecnología y la economía, sino en arrancar de raíz la fuente del problema. El cambio climático es, única y exclusivamente, producto del modelo socioeconómico actual, su desarrollo desorbitado a partir de la revolución industrial y el apoyo científico a su práctica a lo largo de los últimos doscientos años. La explotación indiscriminada de los recursos naturales, y la repartición extremadamente desigual de la riqueza, que sitúa al 99% de la población bajo las decisiones de unas pocas personas y entidades, la irreflexión sobre los avances tecnológicos y la contaminación y el agotamiento de todas las fuentes naturales son las condiciones necesarias para la supervivencia de un modelo socioeconómico que basa el supuesto bienestar humano en el aumento constante y creciente de la riqueza económica de unos pocos, aunque irremediablemente provoque el empobrecimiento de la calidad de vida ambiental y social del resto del planeta. La amplia liberalización de las operaciones privadas y la ausencia de control sobre ellas o, en otras palabras, la transferencia de decisiones económicas desde un campo, al menos, supuestamente, bajo control democrático (gubernamental) a uno carente del mismo (privado), hace que los modos de producción y de movimientos de capital se configuren a escala planetaria, mientras los gobiernos van perdiendo atribuciones ante lo que se ha denominado la "sociedad en red" (la red de los poderosos) cuyo único interés son sus crecientes beneficios. La búsqueda de soluciones tecnológicas irreales se basa en la intención de mantener este sistema socioeconómico intacto como base del desarrollo humano, si bien es más que evidente que es este desarrollo neocapitalista el que nos ha llevado a la crítica situación actual. Por lo tanto, la solución lógica pasa por la concienciación de la verdadera gravedad de este problema al público general (que es la finalidad de este texto) y a los dignatarios que nos gobiernan, realizar análisis complejos e integradores para prever las consecuencias y paliar coherentemente sus efectos, pero, sobre todo, aplicar un inmediato cambio hacia un modelo socioeconómico que no comprometa la existencia del Hombre sobre la Tierra.

No se trata de una propuesta utópica o candorosa. Somos conscientes de que si los máximos responsables de esta desesperada situación no han cambiado su actitud depredadora a pesar de que pueden ver diariamente los rostros de sus víctimas, no van a hacerlo pensando en las generaciones futuras. Se trata de dejar constancia de que las verdaderas causas de este problema son evidentes y de que no habrá solución si no se hace frente a ellas.

Tratar de conservar la tierra para las generaciones futuras ha sido siempre una de las metas del hombre en todos los pueblos del mundo. Al ser olvidada esta obligación moral durante más de tres siglos de desarrollo insostenible e irracional, ahora nos veremos obligados a luchar duramente por conservar la esperanza para la vida.

Cantoblanco, 5 de Junio de 2007

jueves, 9 de octubre de 2008

Decrecimiento o desconstrucción de la economía: hacia un mundo sustentable

09-10-2008

Peripecias


Los años 60 marcaron una época de convulsiones del mundo moderno. Al tiempo que irrumpieron movimientos emancipatorios y contraculturales (sindicales, juveniles, estudiantiles, de género), explotó la bomba poblacional y sonó la alarma ecológica. Por primera vez, desde que la maquinaria industrial y los mecanismos del mercado fueran activados en el capitalismo naciente en el Renacimiento, desde que Occidente abriera la historia a la modernidad guiada por los ideales de la libertad y el iluminismo de la razón, se fracturó uno de los pilares ideológicos de la civilización occidental: el principio del progreso impulsado por la potencia de la ciencia y de la tecnología, convertidas en las más serviles y servibles herramientas de la acumulación de capital, y el mito de un crecimiento económico ilimitado.

La crisis ambiental vino así a cuestionar una de las creencias más arraigadas en nuestras conciencias: no sólo la de la supremacía del hombre sobre las demás criaturas del planeta y del universo, y el derecho de dominar y explotar a la naturaleza en beneficio de "el hombre", sino el sentido mismo de la existencia humana fincado en el crecimiento económico y el progreso tecnológico: de un progreso que fue fraguando en la racionalidad económica, que se fue forjando en las armaduras de la ciencia clásica y que instauró una estructura, un modelo; que fue estableciendo las condiciones de un progreso que ya no estaba guiado por la coevolución de las culturas con su medio, sino por el desarrollo económico, modelado por un modo de producción que llevaba en sus entrañas un código genético que se expresaba en un dictum del crecimiento, de un crecimiento sin límites!

Los pioneros de la bioeconomía y la economía ecológica plantearon la relación que guarda el proceso económico con la degradación de la naturaleza, el imperativo de internalizar los costos ecológicos y la necesidad de agregar contrapesos distributivos a los mecanismos desequilibrantes del mercado. En 1972, un estudio del MIT y el Club de Roma señaló por primera vez Los Límites del Crecimiento. De allí surgieron las propuestas del "crecimiento cero" y de una "economía de estado estacionario". En ese mismo tiempo, Nicholas Georgescu Roegen estableció en su libro La Ley de la Entropía y el Proceso Económico, el vínculo fundamental entre el crecimiento económico y los límites de la naturaleza. El proceso de producción generado por la racionalidad económica que anida en maquinaria de la revolución industrial, le impulsa a crecer o morir (a diferencia de los seres vivos que nacen, crecen y mueren, y de las poblaciones de seres vivos que estabilizan su crecimiento. El crecimiento económico, el metabolismo industrial y el consumo exosomático, implican un consumo creciente de naturaleza –de materia y energía–, que no solo se enfrenta a los límites de dotación de recursos del planeta, sino que se degrada en el proceso productivo y de consumo, siguiendo los principios de la segunda ley de la termodinámica.

Cuatro décadas después de la Primavera Silenciosa, la destrucción de los bosques, la degradación ecológica y la contaminación de la naturaleza se han incrementado en forma vertiginosa, generando el calentamiento del planeta por las emisiones de gases de efecto invernadero y por las ineluctables leyes de la termodinámica que han desencadenado la muerte entrópica del planeta. Los antídotos que han generado el pensamiento crítico y la inventiva tecnológica, han resultado poco digeribles por el sistema económico. El desarrollo sostenible se muestra poco duradero, porque no es ecológicamente sustentable!

El sistema económico, en su ánimo globalizador, continuó soslayando y negando el problema de fondo. Así, antes de internalizar las condiciones ecológicas de un desarrollo sustentable, la geopolítica del "desarrollo sostenible" generó un proceso de mercantilización de la naturaleza y de sobre-economización del mundo: se establecieron "mecanismos" para un "desarrollo limpio" y se elaboraron instrumentos económicos para la gestión ambiental que han avanzado en el establecer derechos de propiedad (privada) y valores económicos a los bienes y servicios ambientales. La naturaleza libre y los bienes comunes (el agua, el petróleo), se han venido privatizando, al tiempo que se establecen mecanismos para dar un precio a la naturaleza –a los sumideros de carbono–, y para generar mercados para las transacciones de derechos de contaminación en la compraventa de bonos de carbono.

Hoy, ante el fracaso de los esfuerzos por detener el calentamiento global (el Protocolo de Kyoto había establecido la necesidad de reducir los GEI al nivel alcanzado en 1990), surge nuevamente la conciencia de los límites del crecimiento y emerge el reclamo por el decrecimiento. Este retorna como un boomerang, más que como un eco de añejas propuestas de un ecologismo romántico. Los nombres de Mumford, Illich y Schumacher vuelven a ser evocados por su crítica a la tecnología, su elogio de "lo pequeño que es hermoso" y el reclamo del arraigo en lo local. El decrecimiento se plantea ante el fracaso del propósito de desmaterializar la producción, del proyecto impulsado por el Instituto Wuppertal que pretendía reducir por 4 y hasta 10 veces los insumos de naturaleza por unidad de producto. Resurge así el hecho incontrovertible de que el proceso económico globalizado es insustentable; que la ecoeficiencia no resuelve el problema de una economía en perpetuo crecimiento en un mundo de recursos finitos, porque la degradación entrópica es ineluctable e irreversible.[1]

La apuesta por el decrecimiento no es solamente una moral crítica y reactiva; una resistencia a un poder opresivo, destructivo, desigual e injusto; una manifestación de creencias, gustos y estilos alternativos de vida. El decrecimiento no es un mero descreimiento, sino una toma de conciencia sobre un proceso que se ha instaurado en el corazón del proceso civilizatorio que atenta contra la vida del planeta vivo y la calidad de la vida humana. El llamado a decrecer no debe ser un recurso retórico para dar vuelo a la crítica de la insustentabilidad del modelo económico imperante, sino que debe fincarse en una sólida argumentación teórica y una estrategia política. La propuesta de detener el crecimiento de los países más opulentos pero de seguir estimulando el crecimiento de los países más pobres o menos "desarrollados" es una salida falaz. Los gigantes de Asia han despertado a la modernidad, y tan solo China y la India están alcanzando y estarán rebasando los niveles de emisiones de gases de invernadero de Estados Unidos. A ellos se suman los efectos conjugados de los países de menor grado de desarrollo llevados por la racionalidad económica hegemónica y dominante.[2]

El llamado al decrecimiento no es tan sólo un slogan ideológico contra un mito, un mot d'ordre para movilizar a la sociedad contra los males generados por el crecimiento, o por su desenlace fatal. No es una contraorden para huir del crecimiento como los hippies pudieron abstraerse de la cultura dominante, ni un elogio de las comunidades marginadas del "desarrollo". Hoy ni siquiera las comunidades indígenas más aisladas están a salvo o pueden desvincularse de los efectos de la globalización insuflada por el fuelle del crecimiento económico. Pero ¿Cómo desactivar el crecimiento de un proceso que tiene instaurado en su estructura originaria y en su código genético un motor que lo impulsa a crecer o morir? ¿Cómo llevar a cabo tal propósito sin generar como consecuencia una recesión económica con impactos socioambientales de alcance global y planetario? Pues si bien la economía por sus propias crisis internas no alcanza a crecer lo que quisieran jefes de gobierno y empresarios, frenar propositivamente el crecimiento es apostar por una crisis económica de efectos incalculables. Por ello no debemos pensar solamente en términos de decrecimiento, sino de una transición hacia una economía sustentable. Ésta no podría ser una ecologización de la racionalidad económica existente, sino Otra economía, fundada en otros principios productivos. El decrecimiento implica la desconstrucción de la economía, al tiempo que se construye una nueva racionalidad productiva.

Economistas ecólogos, como Herman Daly han propuesto sujetar a la economía de manera que no crezca más allá de lo que permite el mantenimiento del capital natural del planeta, es decir la regeneración de los recursos y la absorción de sus desechos (tesis de la sustentabilidad fuerte), pero la economía simplemente no es consciente y no consiente con tal receta de los ecológicos. No se trata de ponerle corsé a la gorda economía y de ponerla a dieta de naturaleza para evitarle un infarto por obesidad. Se trata de cambiarle el organismo, de pasar de la economía mecanizada y robotizada –de una economía artificial y contra natura–, a generar una economía ecológica y socialmente sustentable.

Decrecer no solo implica des-escalar (downshifting) o des-vincularse de la economía. No equivale a des-materializar la producción, porque ello no evitaría que la economía en crecimiento continuara consumiendo y transformando naturaleza hasta rebasar los límites de sustentabilidad del planeta. La abstinencia y la frugalidad de algunos consumidores responsables no desactivan la manía de crecimiento instaurada en la raíz y en el alma de la racionalidad económica, que lleva inscrita el impulso a la acumulación del capital, a las economías de escala, a la aglomeración urbana, a la globalización del mercado y a la concentración de la riqueza. Saltar del tren en marcha no conduce directamente a desandar el camino. Para decrecer no basta bajarse de la rueda de la fortuna de la economía; no basta querer achicarla y detenerla. Más allá del rechazo a la mercantilización de la naturaleza, es preciso desconstruir la economía. Las excrecencias del crecimiento –la pus que brota de la piel gangrenada de la Tierra, al ser drenada la savia de la vida por la esclerosis del conocimiento y la reclusión del pensamiento–, no se retroalimentan al cuerpo enfermo de la economía. No se trata de reabsorber sus desechos, sino de extirpar el tumor maligno. La cirrosis que corroe a la economía no habrá de curarse inyectando mayores dosis de alcohol a la máquina de combustión de las industrias, los autos y los hogares.

Del decrecimiento a la desconstrucción de la economía

La estrategia economicista que intenta contener el desbordamiento de la naturaleza conteniéndola en la jaula de racionalidad de la modernidad, sujetándola con los mecanismos del mercado, sometiéndola a las formas de raciocinio e interés prevalecientes, ha fracasado. De la angustia ante el cataclismo ecológico y el descrédito de la eficacia y la moral del mercado, nace la inquietud por el decrecimiento.

La transición de la modernidad hacia la postmodernidad significó pasar de los movimientos anti-culturales inspirados en la dialéctica, a proponer el advenimiento de un mundo "post" –post-estructuralismo, post-capitalismo– que anunciaba algo nuevo en la historia, pero aún sin nombre, porque solo hemos sabido nombrar positivistamente lo que es, y no lo por-venir. La filosofía posmoderna inauguró la época "des", abierta por el llamado a la des-construcción. La solución al crecimiento no es el decrecimiento, sino la desconstrucción de la economía y la transición hacia una nueva racionalidad que oriente la construcción de la sustentabilidad.

La desconstrucción de la economía no significa tan sólo un ejercicio mental para desentrañar y descubrir las fuentes del pensamiento y los intereses sociales que se conjugaron para dar a luz a la economía, hija del Iluminismo de la razón y de los intercambios comerciales del capitalismo naciente, sino de un ejercicio filosófico, político y social mucho más complejo. La economía no sólo existe como teoría, como supuesta ciencia. La economía es una racionalidad –una forma de comprensión y actuación en el mundo– que se ha institucionalizado y se ha incorporado en nuestra subjetividad. La pulsión por "tener", por "controlar", por "acumular", es ya reflejo de una subjetividad que se ha constituido a partir de la institución de la estructura económica y de la racionalidad de la modernidad.

Desconstruir a la economía insustentable significa cuestionar el pensamiento, la ciencia, la tecnología y las instituciones que han instaurado la jaula de racionalidad de la modernidad. La racionalidad económica no es una mera superestructura a ser indagada y desconstruida por el pensamiento; es un modo de producción de conocimientos y de mercancías. El proceso económico no se implanta en el mundo como un árbol que echa raíces en la tierra y se alimenta de su savia nutriente. Es como un dragón que va dragando la tierra, clavando sus pezuñas en corazón del mundo, chupando el agua de sus mantos acuíferos y extrayendo el oro negro de sus pozos petroleros. Es el monstruo que engulle la naturaleza para exhalar por sus fáusticas fauces flamígeras bocanadas de humo a la atmósfera, contaminando el ambiente y calentando el planeta.

No es posible mantener una economía en crecimiento que se alimenta de una naturaleza finita: sobre todo una economía fundada en el uso del petróleo y el carbón, que son transformados en el metabolismo industrial, del transporte y de la economía familiar en bióxido de carbono, el principal gas causante del efecto invernadero y del calentamiento global que hoy amenaza a la vida humana en el planeta tierra.

El problema de la economía del petróleo no es solo, ni fundamentalmente, el de su gestión como bien público y o privado. No es el del incremento de su oferta, explotando las reservas guardadas y los yacimientos de los fondos marinos, para abaratar nuevamente el precio de las gasolinas que han sobrepasado los 4 dólares por galón. El fin de la era del petróleo no resulta de su escasez creciente, sino de su abundancia en relación a la capacidad de absorción y dilución de la naturaleza; del límite de su transmutación y disposición hacia la atmósfera en forma de CO2, de gases de efecto invernadero. La búsqueda del equilibrio de la economía por una sobreproducción de hidrocarburos para seguir alimentando la maquinaria industrial (y agrícola por la producción de agro-bio-combustibles), pone en riesgo la sustentablidad de la vida en el planeta… y de la propia economía.

La despetrolización de la economía es un imperativo ante los riesgos catastróficos del cambio climático si se rebasa el umbral de las 550 ppm de gases de efecto invernadero, como vaticina el Informe Stern y el Panel Intergubernamental de Cambio Climático. Y esto plantea un desafío tanto a las economías que dependen fuertemente en sus recursos petroleros (México, Brasil, Venezuela en nuestra América Latina), no sólo por su consumo interno, sino por su contribución al cambio climático al alimentar la economía global.

El decrecimiento de la economía no solo implica la desconstrucción teórica de sus paradigmas científicos, sino de su institucionalización social y de la subjetivización de los principios que intentan legitimar a la racionalidad económica como la forma suprema e ineluctable del ser en el mundo. Sin embargo, las diversas razones para desconstruir la racionalidad económica no se traducen directamente en un pensamiento y en acciones estratégicas capaces de desactivar la maquinaria capitalista. No se trata tan sólo de ecologizar a la economía, de moderar el consumo o de incrementar las fuentes alternativas y renovables de energía en función de los nichos de oportunidad económica que se hacen rentables ante el incremento de los costos de energías tradicionales. Estos principios, aun convertidos en movimiento social no operan por si mismos una desactivación de la producción in crescendo, sino una normatividad y una fuga del sistema, una contracorriente que no detiene el torrente desbordado de la máquina del crecimiento. Por ello precisamos desconstruir las razones económicas a través de la legitimación de otros principios, otros valores y otros potenciales no económicos; debemos forjarnos un pensamiento estratégico y un programa político que permita desconstruir la racionalidad económica al tiempo que se construye una racionalidad ambiental.

Desconstruir la economía resulta ser una empresa más compleja que el desmantelamiento de un arsenal bélico, el derrumbamiento del muro de Berlín, la demolición de una ciudad o la refundición de una industria; no es la obsolescencia de una máquina o de un equipo o el reciclaje de sus materiales para renovar el proceso económico. La destrucción creativa del capital que preconizaba Schumpeter, no apuntaba al decrecimiento, sino al mecanismo interno de la economía que la lleva a "programar" la obsolescencia y la destrucción del capital fijo para reestimular el crecimiento económico insuflado por la innovación tecnológica como fuelle de la reproducción ampliada del capital.

Más allá del propósito de desmantelar el modelo económico dominante, se trata de destejer la racionalidad económica entretejiendo nuevas matrices de racionalidad y abonando el suelo de la racionalidad ambiental. Esto lleva a una estrategia de desconstrucción y reconstrucción; no a hacer estallar el sistema, sino a re-organizar la producción, a desengancharse de los engranajes de los mecanismos del mercado, a restaurar la materia desgranada para reciclarla y reordenarla en nuevos ciclos ecológicos. Mas esta reconstrucción no está guiada simplemente por una "racionalidad ecológica", sino por las formas y procesos culturales de resignificación de la naturaleza. En este sentido la construcción de una racionalidad ambiental capaz de desconstruir la racionalidad económica, implica procesos de reapropiación de la naturaleza y de reterritorialización de las culturas.

El crecimiento económico arrastra consigo el problema de su medición. El emblemático PIB con el que se evalúa el éxito o fracaso de las economías nacionales, no mide sus externalidades negativas. Pero el problema fundamental no se resuelve con una escala múltiple y un método multicriterial de medida –con las "cuentas verdes", el cálculo de los costos ocultos del crecimiento, un "índice de desarrollo humano" ó un "indicador de progreso genuino". Se trata de desactivar el dispositivo interno (el código genético) de la economía, y hacerlo sin desencadenar una recesión de tal magnitud que genere mayor pobreza y destrucción de la naturaleza.

La descolonización del imaginario que sostiene a la economía dominante no habrá de surgir del consumo responsable o de una pedagogía de las catástrofes socioambientales, como pudo sugerir Latouche al poner en la mira la apuesta por el decrecimiento. La racionalidad económica se ha institucionalizado y se ha incorporado en nuestra forma de ser en el mundo: el homo economicus. Se trata pues de un cambio de piel, de transformar al vuelo un misil antes de que estalle en el cuerpo minado del mundo. La economía realmente existente no es desconstruible mediante una reacción ideológica y un movimiento social revolucionario. No basta con moderar a la economía incorporando otros valores e imperativos sociales, para crear una economía socialmente y ecológicamente sostenible. La desconstrucción implica acciones estratégicas para no quedarnos en un mero teoricismo, dando palos de ciegos. Pues, si tenemos suerte le damos a la piñata y nos caen dulces del cielo... pero también corremos el riesgo de que nos caiga la piñata en la cabeza. Por ello es necesario forjar Otra economía, fundada en los potenciales de la naturaleza y en la creatividad de las culturas; en los principios y valores de una racionalidad ambiental.

El límite del crecimiento, la resignificación de la producción y la construcción de un futuro sustentable

El límite es el punto final desde el cual se construye la vida. Desde la muerte reorganizamos nuestra existencia. La ley límite ha refundado a las ciencias. El mundo está sostenido por sus límites, desde el espacio infinito suspendido en el límite de la velocidad de la luz que descubriera Einstein, en la ley de la cultura humana con la que se tropezara Edipo, que escenificara Sófocles, y que resignificaran Freud y Lacan como la ley del deseo humano.

Ante este panorama de la cultura y del conocimiento del mundo, nos preguntamos cual sería ese extraño designio que ha hecho que la economía haya tratado de burlar el límite y querido planear por encima del mundo como un sistema mecánico de equilibrio entre factores de producción y de circulación de valores y precios de mercado. El límite a este proceso desenfrenado de acumulación no ha sido la ley del valor-trabajo ni las crisis cíclicas de sobreproducción o subconsumo del capital. El límite lo marca la ley de la entropía, descubierta por Carnot para eficientizar el funcionamiento de la máquina, reformulada por Boltzmann en la termodinámica estadística, y puesta a funcionar como ley límite de la producción por Georgescu Roegen.

La ley de la entropía nos advierte que todo proceso económico, en tanto proceso productivo, está preso de un ineluctable proceso de degradación que avanza hacia la muerte entrópica. Que significa esto? Que todo proceso productivo (como todo proceso metabólico en los organismos vivos) se alimenta de materia y energía de baja entropía, que en su proceso de transformación genera bienes de consumo con un residuo de energía degradada, que finalmente se expresa en forma de calor. Y este proceso es irreversible. No obstante los avances de las tecnologías del reciclaje, el calor no es reconvertible en energía útil. Y es esto lo que se manifiesta como el límite de la acumulación de capital y del crecimiento económico: la desestructuración de los ecosistemas productivos y la saturación en cuanto a la capacidad de dilución de contaminantes de los ambientes comunes (mares, lagos, aire y suelos), que en última instancia se manifiestan como un proceso de calentamiento global, y de un posible colapso ecológico al traspasar los umbrales de equilibrio ecológico del planeta.

Mientras que la bioeconomía enraíza la producción en las condiciones de materialidad de la naturaleza, la economía busca su salida en la desmaterialización de la producción. La economía se fuga hacia lo ficticio y la especulación del capital financiero. Sin embargo, en tanto el proceso económico deba producir bienes materiales (casa, vestido, alimento), no podrá escapar a la ley de la entropía. Es ello lo que marca el límite al crecimiento económico. El único antídoto a este camino ineluctable a la muerte entrópica, es el proceso de producción neguentrópica de materia viva, que se traduce en recursos naturales renovables.

La transición hacia esta bioeconomía significaría un descenso de la tasa de crecimiento económico tal como se mide en la actualidad y con el tiempo una tasa negativa, en tanto se construyen los indicadores de una productividad ecotecnológica y neguentrópica sustentable y sostenible. En este sentido, la nueva economía se funda en los potenciales ecológicos, en la innovación tecnológica y en la creatividad cultural de los pueblos. De esta manera podría empezar a diseñarse una sociedad post-crecimiento y una economía en equilibrio con las condiciones de sustentabilidad del planeta. Empero, de la racionalidad ambiental no sólo emerge un nuevo modo de producción, sino una nueva forma de ser en el mundo: nuevos procesos de significación de la naturaleza y nuevos sentidos existenciales en la construcción de un futuro sustentable.

Notas

[1] Siguiendo a Georgescu Roegen se ha fundado el Institut d'Études Économiques et Sociales pour la Décroissance Soutenable; un Congreso sobre el Decrecimiento Sostenible se llevó a cabo en París los días 18 y 19 de abril del 2008; el número 35, el más reciente de la revista Ecología Política fue dedicado igualmente al decrecimiento sostenible.

[2] Como ha señalado Stiglitz recientemente, los países que aplicaron políticas neoliberales no sólo perdieron la apuesta del crecimiento, sino que, cuando sí crecieron, los beneficios fueron a parar desproporcionadamente a quienes se encuentran en la cumbre de la sociedad.

lunes, 6 de octubre de 2008

Los agrocombustibles; mejor conocidos por biocombustibles...


04-10-2008



El desarrollo de los agrocombustibles actualmente ocupa un lugar central en el escenario global. Simplemente durante este año, la cantidad de declaraciones, dólares, y planes de desarrollo invertidos hacia los agrocombustibles, ha sido incomparable en cualquier otro sector. Una idea que se apagó por décadas ha llegado a ser, de repente, el encanto de políticos, grandes negocios, los financieros internacionales y medios de comunicación.

Este hecho, por sí solo, debería preocuparnos. ¿Desde cuándo una respuesta ecológica al uso de hidrocarburos se ha ganado la aceptación de gobiernos y corporaciones por igual?

Los agrocombustibles han sido recomendados como la solución a los problemas más apremiantes que enfrentan la sociedad estadounidense y el planeta. Sus promotores alegan que reducen las emisiones de gas invernadero, evitan el fin del ciclo de crecimiento industrial basado en hidrocarburos, son sustentables y renovables, que aumentan la seguridad en energía, y que ayudan a los granjeros.

Pero una mirada más de cerca revela que en muchos sentidos, este futuro mejor previsto por los promotores de agrocombustibles, se parece más bien a lo peor del pasado.

Promoción del agrocombustible

Los científicos y ecologistas todavía sostienen intensos debates con respecto a los pros y contras de los agrocombustibles. Los estudios se contradicen a sí mismos en cuanto a si es que la generación de energía neta es positiva o negativa, o si las emisiones de gas de invernadero y la contaminación se incrementan o disminuyen, y cómo los costos y la eficiencia de energía se pueden solucionar. Sin embargo, el consenso político ha sido veloz y poderoso. En pocos años, la alianza de las fuerzas más poderosas, tanto económicas como políticas, ha surgido para promover al "biodiesel".

¿Quién está detrás del auge del "biodiesel" y por qué?

En su discurso sobre el Estado de la Nación, el Presidente George W. Bush reveló la meta de sustituir el 20% de la gasolina con agrocombustibles dentro de diez años. La Unión Europea se ha impuesto un objetivo similar. En su junta más reciente, los G-8 aprobaron con entusiasmo esfuerzos considerables para desarrollar el uso del agrocombustible y las instituciones financieras internacionales han creado carteras de préstamos multimillonarios para ese fin. La Comisión de Etanol Interamericana es presidida por Jeb Bush, el anterior Ministro de Agricultura de Brasil, el líder de agronegocios Roberto Rodrígues, y Luis Moreno, presidente del Banco de Desarrollo Interamericano.

El sector corporativo es de igual forma, si no es que más, entusiasta. Cuatro sectores altamente globalizados se unen en el desarrollo de la investigación, inversión y producción del agrocombustible: las industrias del agronegocio, el petróleo, la automotriz, y de la biotecnología.

Desde principios de la producción del agrocombustible, las compañías que hacían agronegocios, incluyendo a ADM, Cargill, Bunge y Dreyfus se han sumado a dicho movimiento también. Con subsidios del gobierno circulando libremente y con utilidades enormes generadas alrededor del planeta, los agrocombustibles son más atractivos ahora que nunca. En el 2005 representaron un mercado de US$15.7 mil millones de dólares estadounidenses, con un 15% de crecimiento en comparación al año anterior. ADM, una de las principales refinerías, produjo mil millones de galones de etanol en el 2006, y planea incrementar su capacidad por 550 millones de galones en los próximos dos años. Cargill posee un creciente número de refinerías de etanol y contrata o es dueño de plantaciones de cañas de azúcar en Brasil.

Las empresas petroleras consideran que los agrocombustibles pueden prolongar su vida y diversificar sus negocios. Los agrocombustibles no necesariamente requieren cambios en los patrones de consumo o en la reestructuración de la economía basada en los combustibles fósiles. Al incorporar un 5-10% componente de etanol o biodiesel en la gasolina común, el uso de los combustibles fósiles pueden ser alargados por varias generaciones.

De igual manera, la industria automotriz puede mantener o incluso aumentar las ventas ya que la gente está obligada a adquirir nuevos vehículos adaptados al uso de etanol. Todo esto se puede hacer mientras se entierran los argumentos de aquellos quienes exigen el máximo tabú en un sistema capitalista-una reducción al consumo.

La última de las cuatro, la industria de la biotecnología, pudiera parecer menos beneficiaria, pero tiene posibilidades de obtener tremendas ganancias al mismo tiempo que enfrenta una creciente oposición. El alcanzar las metas de producción del agrocombustible requiere convertir cultivos para el uso del combustible, incrementando cosechas y reduciendo costos. Los cultivos genéticamente modificados (GM) ofrecen una ruta hacia las ganancias a corto plazo en los dos últimos puntos. Las variedades GM de maíz y caña de azúcar específicamente adaptadas para la producción de etanol ya se encuentran usadas extensamente. De hecho, debido a que el 90% del etanol estadounidense viene del maíz y la mayor parte de los cultivos de maíz de Estados Unidos se modifican genéticamente, el etanol se ha ganado el apodo "Monsanto Moonshine"-por la corporación Monsanto, siendo la principal en el maíz GM. La investigación se enfoca en genes de plantas de ingeniería para obtener cosechas incluso más altas y rasgos que faciliten su proceso. Lo más probable es que este nuevo producto no sea apto para el consumo humano.

Con promotores como estos, un hecho es absolutamente obvio: la revolución del agrocombustible es todo menos revolucionaria. La transición del uso del agrocombustible ejemplifica la reforma de un sistema para perpetuarlo.

Volviendo a trazar el mapa de las Américas

El auge del biodiesel ha iniciado en el Hemisferio Occidental por la Comisión de Etanol Interamericana y a través de pactos binacionales multiplicándose-con más notoriedad el que firmaron George Bush y Lula de Silva, de Brasil el pasado mes de marzo. Los planos amenazan con tener que volver a trazar la economía agrícola y política de las Américas.

Los cambios en el uso de la tierra bajo la estrategia del agrocombustible transformarán paisajes y vidas, no sólo en los Estados Unidos, sino a través del hemisferio. Incluso con cosechas de cultivo incrementadas y la modificación genética, la producción de agrocombustible estadounidense se quedará corto en cuanto a las metas recientemente fijadas para el consumo del agrocombustible. El suministro exterior ofrece una fuente barata y confiable. En las Américas, los agronegocios Ecuatorianos planean expandir la producción de caña de azúcar en 50,000 hectáreas y talar 100,000 hectáreas de bosques naturales para la producción de aceite de palma. En Colombia, a la producción del aceite de palma se le apoda ya como "el diesel de la deforestación".

Brasil es el laboratorio del futuro en el departamento de etanol. El 80% de sus automóviles pueden moverse con etanol, y el etanol consta el 40% del combustible del auto. Brasil ya abastece el 60% del etanol de la caña de azúcar al mundo, el cual se cultiva en tres millones de hectáreas de tierra. Brasil produce 17 mil millones de litros por año, y su objetivo es controlar el 50% del mercado global de etanol, según el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social de Brasil (BNDES). Para lograr sus metas de crecimiento de etanol, Brasil planea limpiar otras 60 millones de hectáreas para la producción de la caña de azúcar.

La primera víctima de la reorganización para la producción agrícola es la granja pequeña. Nadie idealizaría las condiciones de los campesinos agrícolas en Brasil o el resto de América Latina. En la mayoría de los países, las áreas rurales concentran dos-tercios o más de familias viviendo en la pobreza. Pero la producción del agrocombustible no ofrece prospectos reales para mejorar su terreno. Al contrario, la experiencia de Brasil muestra un peligro considerable de deterioro de las condiciones de vida de uno de los grupos más vulnerables de la sociedad.

James Thorlby, de la Comisión de Tierra Pastoral de Brasil informa que las plantaciones para la producción del agrocombustible desplazan a los campesinos, quienes tienen entonces dos opciones: pueden convertirse en obreros de plantación, o mudarse a la ciudad a vivir en los barrios más bajos. Thorlby indica que en el estado de Pernambuco 45,000 familias ya han sido desplazadas por los monocultivos. Otros analistas temen que los campesinos que se queden sin sus tierras y no puedan encontrar trabajo en las plantaciones, sean forzados a limpiar terrenos en las áreas naturales protegidas. La concentración de tierras y destilerías en las manos de los grupos rurales y las corporaciones trasnacionales sacan completamente a familias de campesinos fuera de sus regiones.

La nueva alianza entre el gobierno de EEUU y sus aliados en la región para convertir América Latina en una fuente de agrocombustibles, no sólo beneficia a las corporaciones trasnacionales y a los grandes negocios; sino que ayudan también a contrarrestar la influencia creciente de Venezuela y otros países que intentan separarse de la hegemonía de EEUU. La alianza del etanol procura consolidar una nueva línea de poder directamente entre Estados Unidos y Brasil, teniendo a las corporaciones trasnacionales con intereses en ambos países como la fuerza dinámica. Si esta alianza es consolidada, se erosionará tanto el plan Bolivariano para integrar el continente, el cual sigue un modelo de economías reguladas por el Estado, con el apoyo del petróleo venezolano. Socavaría también los esfuerzos de reforzar al Mercado Común del Sur.

En este plan, Brasil gana el capital para desarrollar tecnologías producidas por etanol dentro de sus propias fronteras y para exportarlos a Centroamérica y al Caribe. Además de la inversión y los créditos, los empresarios de São Paulo pueden contar con políticas gubernamentales que les permitirán extender negocios agrícolas en el Amazonas y otras regiones, las cuales actualmente se encuentran pobladas por pequeños granjeros. Estados Unidos gana mayor independencia del petróleo que viene del Medio Oriente importando etanol brasileño más barato. También comienza a re-trazar el mapa de la integración energética basado en el etanol brasileño en lugar de el petróleo venezolano y gas boliviano, así neutralizando el poder de las naciones que considera poco dispuestas a cooperar.

Cargill, uno de los dueños y operarios más grandes de la producción de etanol en Brasil, está expandiendo sus operaciones en el Sur mientras que continúa protegiendo sus intereses de maíz en el Norte a través de los aranceles estadounidenses de importación sobre el etanol.

Mientras que los monocultivos de la industria agropecuaria para biocombustibles absorbe pedazos inmensos de tierra, pequeños granjeros de alimentos-quienes han resistido mucho tiempo el control de mercadotecnia internacional sobre la tierra y los recursos-se están convirtiendo en especies en peligro de extinción en las áreas del boom de los agrocombustibles.

Raúl Zibechi, analista del Programa de las Américas, dice que los EEUU "está utilizando a Brasil para consolidar una alianza estratégica que procure aislar a Venezuela y a los países que sigan sus políticas de unidad latinoamericana como un contrapeso a la hegemonía de EEUU.".

Vigorizando los sectores financieros

Si se inspecciona más cerca, el "verde" en el desarrollo de los agrocombustibles luce más como dólares que como plantas. El boom de los agrocumbustibles proporciona una transfusión de sangre muy necesitada para el sector financiero internacional. El entusiasmo de las intermediarios financieros internacionales (IFIs) por unirse a la alianza de etanol surge de la nueva crisis internacional de préstamos en América Latina. Desde hace pocos años, las naciones del Cono Sur han optado por pagos prontos de préstamos provenientes del Banco Mundial y del FMI, así como por una reducción o cortes a préstamos futuros, argumentando que el IFI condiciona sus préstamos a través de políticas intervencionistas.

El Banco Mundial saltó rápidamente anunciando que contaba con US$10 mil millones potencialmente disponibles para asegurar el desarrollo de los agrocombustibles. Por su parte, el Banco Interamericano de Desarrollo anunció una línea de crédito por US$3 mil millones para proyectos de agrocombustibles en la región, incluyendo plantas de etanol en Brasil, y de investigación y desarrollo tecnológico en Colombia y en Centroamérica.

Los inversionistas del sector privado lo ven como una bonanza. Food First, una ONG norteamericana informa que en los últimos tres años la inversión de capital de riesgo en agrocombustibles aumentó ocho veces.

Los gobiernos han sido también muy activos en financiar agrocombustibles. Estados Unidos destinó US$8.9 millones en subvenciones para la producción de etanol y para la investigación y desarrollo tecnológico de combustibles biológicos en 2005, mientras que el Banco Nacional de Brasil planea invertir US$6 mil millones en agrocombustibles.

Cuando el etanol se convierte en negocio grande, los granjeros son expulsados aun más hacia el margen. En el año 2003, alrededor del 50% de las refinerías de etanol en los Estados Unidos eran posesión de granjeros. Hoy, un 80% pertenece a dueños ausentes, y la nueva construcción reducirá aún más las acciones de los granjeros. Las demandas del inversionista dictarán una preferencia para la construcción de refinerías de etanol de bajo costo sobre alternativas que son ambientalmente más amistosas.

Se requiere más precaución

Aunque los campesinos a través del hemisferio se han beneficiado de precios de maíz más altos, George Naylor de la Coalición Nacional de Granjas Familiares advierte que las ganancias a corto plazo serán pagadas a un alto precio en el futuro no tan distante, y que-como siempre-es la familia de los campesinos quienes pagarán. El 30 de agosto, en una conferencia sobre agrocombustibles en la Ciudad de México, él pronosticó que los precios más altos no se sostendrían debido a que los granjeros cultivaban más acres y los campesinos que convirtieran sus tierras en campos de cultivo para el agrocombustible, terminarían perdiéndolas. En Brasil, el precio de la caña de azúcar ya inició su tendencia a la baja.

La pregunta es si se debería oponer a la producción del agrocombustible por completo o si debería ser encaminada hacia opciones social y ambientalmente sustentables. El problema es el enfoque. Dado el tremendo poder económico y político de los intereses detrás de los agrocombustibles, la aplicación del modelo invariablemente favorecerá a las ganancias más que al ambiente, y a los rendimientos de la inversión, más que a los derechos humanos. En este contexto, las probabilidades de que las comunidades locales y las pequeñas granjas sean beneficiadas con esta ventaja se evaporan más rápido que el alcohol. En ausencia de un consenso científico más amplio y una legislación efectiva para proteger a los campesinos, trabajadores, consumidores, el medio ambiente y a la cadena alimenticia, no se puede justificar a los planes que avanzan a toda velocidad para el desarrollo del agrocombustible.

¿Qué son los agrocombustibles?

El concepto de una fuente renovable de combustible ha estado rondando desde que los autos fueron inventados en el siglo XIX. Pero el bajo costo de derivados del petróleo y la actitud de la industria automotriz de "si el mañana nunca llega", relegó al etanol y a otros combustibles biológicos a las líneas de banda por décadas.

Simplificando: los agrocombustibles son combustibles hechos de materia orgánica-productos de plantas o animales. El producto más común es el alcohol, procesado de manera semejante a la destilación hogareña, pero en una escala mucho más grande. El etanol del maíz y la caña de azúcar predominan. El biodiesel está hecho de palma, soya, colza o aceites de otras plantas; y el etanol de celulosa está hecho de fibra rota de céspedes o de casi cualquier otra clase de planta. Estos carburantes son considerados renovables debido a que es posible cosecharlos anualmente-aunque en muchos casos los insumos, tales como agua no contaminada, tierra fértil, y abonos, sean recursos limitados dentro de ciertas regiones.

Los agrocombustibles pueden ser utilizados para sustituir a los combustibles líquidos derivados del petróleo, especialmente para transporte, aunque en la actualidad son responsables de sólo 1.8% del combustible usado para el transporte en los Estados Unidos. A menudo se usan mezclados con gasolina. Los motores ordinarios pueden utilizar un nivel bajo de la combinación de etanol sin la modificación; los motores de combustible por cable operan con una combinación más alta; y algunas tecnologías permiten 100% de uso de etanol o biodiesel.

El término más común para los agrocombustibles es el de "biocombustibles". Sin embargo, la palabra disfraza algunas realidades importantes. "Bio" es un prefijo que significa "vida". De tal forma que "biocombustibles" parecerían implicar combustibles que se originan en procesos biológicos naturales, y son utilizados para suministrar las necesidades sociales normales.

Ninguna de dichas suposiciones es correcta. El uso masivo de la tierra para el mono-cultivo que ha modificado genéticamente la biomasa no es natural ni amistoso con la tierra. Así, el desplazamiento de granjeros y la explotación de jornaleros que producían las cosechas usadas para los agrocombustibles, va en contra de los niveles de vida decentes para los seres humanos. Por la misma razón, la taza de consumo de hidrocarburos en países desarrollados tampoco es el fruto normal de una sociedad sana, sino de un signo de lo que los Hopis llama "koyaanisqatsi"-una vida desequilibrada.

El "equilibrio" es un término subjetivo-y los empresarios insisten en que los ecologistas lo inclinan hacia una versión idealista de la conservación de la naturaleza-pero este desequilibrio puede ser visto estadísticamente, no sólo en el agotamiento de los recursos no renovables y en la destrucción ambiental que causa, sino también en las pautas notablemente sesgadas del uso. El consumo per capita de EEUU de hidrocarburos está por arriba de al menos cinco veces del promedio global.

El término agrocombustibles también nos da una idea de cómo el biodiesel es producido. El prefijo "agro" hace explícito el hecho de que compiten por tierra y recursos, directamente con otros productos agrícolas, especialmente los alimentarios. Como tal, el aumento repentino de la producción de agrocombustible presenta una amenaza a la provisión de alimentos en forma global, a la mitigación del hambre, y a la esperanza de las naciones de alimentar y emplear a sus poblaciones; es decir, su habilidad para lograr la soberanía alimenticia. Pequeñas organizaciones de granjeros alrededor del mundo se han revelado en contra de convertir sus campos de cosecha en producciones de cultivo de agrocombustible.

El Futuro de los Agrocombustibles
  • Consolidación del poder aliado de cuatro grandes industrias: Alimenticia, Biotecnología, Petróleo y Automotriz.
  • Conversión de una tierra de cosechas de producción de comida local y subsistencia a monocultivos industriales y control transnacional.
  • Conversión de áreas protegidas con una rica biodiversidad a monocultivos.
  • Conversión de pequeñas granjas-frecuentemente entre los sectores que más se oponen a la globalización en países en desarrollo-de productores a trabajadores asalariados y sin su tierra.
  • Aceleración de la producción y condiciones de trabajo en decadencia en las plantaciones de caña de azúcar y otras.
  • Renovación de requerimientos para el sector público-privado concerniente a los préstamos de IFIs, incrementando el endeudamiento nacional
  • Elevación del costo del material agrícola (maíz y soya), generando inflación y hambre, y reduciendo la presión para reformar los programas agrícolas de subsidio estadounidenses y europeos.
  • Intensificación en el uso de fertilizantes químicos y cultivos genéticamente modificados.
  • Incremento en la dependencia alimenticia y pérdida de la soberanía alimenticia.

Laura Carlsen (lcarlsen@ciponline.org) es Directora del Programa de las Américas en http://www.ircamericas.org/, en la Ciudad de México.

Versión original: The Agrofuels Trap
Traducción por: Gracia Tenorio-Pearl Programa de las Américas


Energía nuclear. La democracia y el desastre

06-10-2008



Todo sistema centralizado es piramidal y disminuye las posibilidades de control democrático. El caso extremo es la organización militar, que para cumplir con su objetivo tiene que ser jerárquica e intrínsecamente exenta de deliberación.

Un flujo de información abierto, con posibilidades de comprensión generalizada y de acceso fácil para quienquiera, es garantía de posibilidades de democratización.

Todos podemos oir en la radio cómo se pronostica la temperatura máxima del día o si se esperan lluvias. Si bien no todos comprendemos la importancia de los hectopascales o los milímetros por metro cuadrado, por lo menos adquirimos una base de conocimientos para decidir si llevar o no abrigo o paraguas.

En otras palabras: la información abierta nos permite tomar una decisión política. Si queremos saber más, por ejemplo qué diferencia de clima nos indican las mediciones barimétricas o de velocidad del viento, podemos consultar un libro o el mar revuelto de Internet y orientarnos bastante bien en el asunto.

No todos tenemos un barómetro y un anemómetro a mano, pero notamos si el tiempo "está pesado" o si "sopla de lo lindo" y es suficiente para la actividad cotidiana. Son conocimientos científicos, pero conocimientos científicos abiertos a todo el mundo y aplicados de manera comprensible y general.

Pensemos ahora en una situación de riesgo, donde un desastre puede dejar patas arriba lo cotidiano. Una condición de ese inquietante escenario es la existencia de una amenaza, por ejemplo de inundación, de tormenta tropical, de terremoto. Como esos fenómenos son recurrentes, el habitante común sabe que si vive en determinada zona está en riesgo, que eso aconteció en ese lugar y puede volver a acontecer.

De ese modo la sociedad puede tomar medidas preventivas y los ciudadanos ven y comprueban las circunstancias riesgosas. En el peor de los casos, los habitantes ven y comprueban las consecuencias del desastre y saben naturalmente qué hacer para ponerse a salvo, asistir a las víctimas o reconstruir las circunstancias cotidianas. Así es en las inundaciones, los terremotos, las tormentas...

Sin embargo, los factores de riesgo en un asentamiento de población no son solamente elementos naturales: hay también factores de riesgo tecnológico. Supongamos un escape de gases tóxicos de una gran industria química, como ocurrió en la ciudad india de Bophal hace 24 años. La ciudad se llenó de gases de cianuro, murieron entre ocho y diez mil personas de forma inmediata y 20 000 más posteriormente, quedaron 540 000 personas con la salud dañada y aún hoy 150 000 acarrean serias secuelas de la intoxicación. El escape ocurrió en medio de la noche y cuando la gente se desplazó por centenares a los hospitales para pedir ayuda nadie sabía las causas, nadie entendía nada, los médicos no tenían la menor idea de qué hacer.

¿Cómo pudo suceder? Era un riesgo latente en la ciudad, pero no existía en el dominio público. Las instalaciones industriales no son de acceso general, y los procesos, por razones comerciales, suelen ser secretos. Cuando la gente sintió el fuerte olor abrasivo de los gases ya los estaban absorbiendo, ya estaban muriéndose por intoxicación. Nunca habían sido informados acerca de qué gases podían afectarlos, ni el servicio de salud conocía cómo combatir los posibles efectos.

Solo un sistema industrial puede controlar a otro sistema industrial, solo una estructura de control similar a la estructura causante de riesgos puede controlarla. Los riesgos de una industria química, para seguir con el mismo ejemplo, solo pueden ser monitoreados por instrumentos desarrollados en el mismo ámbito de conocimiento, y además esos instrumentos deben ser manejados por expertos.

Cuanto más complejo es un producto industrial, las circunstancias de su producción están más alejadas de la comprensión general, democrática. La gente común puede notar cuándo se viene una tormenta o ve cómo crece el río; no puede saber cómo es el escape de dioxinas y furanos de la chimenea de determinada industria, ni qué lleva, en realidad, el agua negra que la curtiembre desagota en la cañada de la vecindad. Conocer el verdadero riesgo ambiental exige la intermediación de aparatos, manipulados y leídos por expertos.

El caso extremo de una manipulación incomprensible para la gente, aislada por completo del público, de peligrosidad potencial tan extrema como ninguna otra institución humana, es la manipulación nuclear. Nada hay comparable a esa fuerza que, creada por la ciencia y aplicada según determinados métodos científicos, podría poner fin a la vida en el planeta, en todo el planeta.

Hablamos de centrales nucleares para calentar agua hasta temperaturas de vapor y con ese vapor mover turbinas para generar electricidad. Eso es una parte. La otra parte es que esas centrales potencialmente podrían utilizarse para producir materiales aptos para fines militares. ¿Qué significa? Que sean públicas o privadas, las centrales nucleares de por sí, intrínsecamente, tienen que ser instalaciones con reglas militares o bajo control militar. Se acabó la democracia.

En una central eléctrica donde el agua se hiciera hervir con leña o gasoil por lógica habrá prevenciones a cargo de técnicos y bomberos, pero en principio la planta podría estar abierta para todo el mundo y los posibles accidentes y sus consecuencias serían comprensibles para la generalidad. En una central nuclear, la radiación no huele, no se ve, no tiene gusto, pero mata a corto o a largo plazo. El problema es que nadie verá un hongo nuclear sobre una central: se trata de otra cosa.

No sabemos a cuánta radiación nuclear natural estamos expuestos. En algunas zonas supera los límites aceptables, por ejemplo donde el granito del suelo deja escapar mucho gas radón, y entonces se nota un exceso estadístico de casos de cáncer. Son medidas indirectas a cargo de expertos, y nunca las podremos comprobar sin aparatos y conocimientos muy especializados.

Si vivimos cerca de una central nuclear, al riesgo natural se suma el tecnológico y en el tecnológico va implícito el riesgo del llamado factor humano. Mientras no dejemos de ser humanos, ese factor estará presente.

Cuanto más piramidal, jerárquica y antidemocrática sea una estructura, más difícil es saber desde afuera lo que pasa en su dominio. La información hacia el exterior depende de la voluntad y la honestidad de manejo de la información existente en esa misma estructura. Es decir, si en una industria de alta tecnología sucede algo que afecte al medio circundante, quienes habiten en este medio dependerán por completo de la información generada en la misma industria para enfrentar las consecuencias. El vecino no puede ir a las instalaciones y constatar con sus sentidos porqué no funcionan o qué materiales se vertieron por error al aire o al agua. Y no olvidemos el secreto industrial, las leyes de la competencia, el objetivo de lucro... Pero hay casos aún más complejos.

Si a la alta complejidad tecnológica se suman las consideraciones comerciales y a eso el secreto militar, la distancia entre el ciudadano común y esa instalación tecnológica será abismal. Es el caso de la industria nuclear. Los responsables lo son a su vez de la información. Incluso las autoridades gubernamentales e internacionales de control, pues la nuclear es la industria más controlada del mundo, deben confiar en los informes emanados de la misma central. Intervienen cuando algo anda mal y no en otro momento: no tienen derecho, no tienen información, no tienen posibilidad. Las medidas adoptadas suelen ser inspecciones, sanciones políticas y recomendaciones tecnológicas. No llegan mucho más allá y tampoco podría ser de otro modo.

Solamente un instrumento para controlar radiaciones puede constatar que una central tiene pérdidas de radioactividad, y difícilmente el conjunto de la sociedad ande con contadores Geiger en el bolsillo todo el día, todos los días.

Un caso típico de las dificultades de detección ocurrió cuando el accidente de Chernobil. Por una falla de manipulación, el reactor se incendió y comenzó a emitir sustancias radioactivas, que el viento repartió por toda Europa. Claro que nadie notaba lo que sucedía... A algo así como mil kilómetros de distancia de Chernobil queda la central nuclear de Forsmark, al norte de Estocolmo, Suecia. Cuando llegó el cambio de turno, los controles de radioactividad empezaron a enloquecerse: marcaban la presencia de más radioactividad en la ropa de quienes ingresaban a la planta, en comparación a la ropa de quienes abandonaban su lugar de trabajo. No podía ser. Algo andaba mal o estaban frente a un escape inadvertido, que había contaminado los alrededores. Hubo muchas horas de confusión e incertidumbre, de consultas con autoridades nacionales e internacionales, hasta que el Estado soviético reconoció que había ocurrido un escape nuclear en Chernobil, Ucrania. Hizo falta el equipo de detección de una central nuclear para descubrir un accidente en otra, así fuera a mil kilómetros de distancia.

No importa si la energía nuclear se defiende como segura, barata, confiable o lo que sea que esté de moda argumentar. Una apuesta a lo nuclear es una apuesta al autoritarismo, al control militar y al menoscabo de la democracia. Cien pequeñas centrales eléctricas en cien pueblos, ya sea que funcionen a leña, carbón, bagazo de caña, fuel oil o lo que fuere, serán siempre más democráticas que una gran hidroeléctrica o central nuclear unida a esos cien pueblos por líneas de alta tensión y estaciones transformadoras. Cada central local genera tecnología local; la Gran Red implica el control central y la estructura verticalista. Incluso si los efectos ambientales de determinados combustibles para esas pequeñas centrales no fueran aceptables, siempre se pueden tomar medidas en lo local, ágiles y rápidas si el poder decisorio está cercano a la planta. De otro modo dependerá de un aparato burocrático lejanísimo y tremendo, lento e indiferente, alejado por completo de la práctica sobre caliente.

Lo peor que podemos elegir desde el punto de vista de la democracia es una central nuclear, necesariamente rodeada de estrictas medidas de aislamiento y seguridad, necesariamente en estrecho contacto con intereses militares estratégicos. Nunca podremos ver y palpar los efectos de un accidente y dependeremos de la habilidad técnica de los expertos para saber algo de sus efectos, y de la voluntad política de los propietarios para que la población sea informada y que esa información sea veraz. Estamos en sus manos. Debemos confiar en ellos, nos guste o no. No hay alternativa.

Claro, ese tipo de estructura contribuye a conservar el poder, sin duda alguna, y tal vez el kilowatt resulte más barato, pero ¿quién empezó a poner precio a la democracia?

* José da Cruz es geógrafo, novelista, y analista en CLAES D3E.

Publicado en el semanario Peripecias Nº 113 el 10 de septiembre de 2008
http://www.peripecias.com/